Hola amigos,

Primero las novedades médicas: por mi parte, continúo la evolución lenta pero en mejoría del hígado, que sigue mal pero al menos no nos está dando sustos últimamente. Lo que sí estoy sufriendo es el peaje de las «infecciones oportunistas» que me dan fiebre, me paralizan el cuerpo y me obligan a quedarme en casa muchos días sin salir, además de empiporrarme a antibióticos preventivos de forma periódica. No salgo de un resfriado y entro en el siguiente… 🙂

Por otra parte, me han detectado una hernia inguinal grandecita, que requerirá de intervención y mallado durante el mes de Marzo. Pero para hablar de eso tenemos tiempo… también para mentalizarme, pues oficialmente y aunque parezca mentira todavía no he pasado por un quirófano en mi vida 🙂

Ayer fui a renovarme el carnet de identidad. Un trámite burocrático para la mayoría de los que atestaban la populosa sala de espera de la Comisaría Provincial. Sin embargo, para mí se convirtió en un acto cargado de simbolismo.

Recuerdo cuando me saqué en DNI anterior. Al recibirlo y ver la fecha de expiración, diferentes pensamientos vinieron a mi mente. 2017 parecía una quimera envuelta en una nebulosa, una fecha hiperfuturística. Mis planes estaban en el más corto plazo: acababa de tener a mi primera hija, habíamos cambiado recientemente de trabajo y mis viajes a Atlanta se repetían frecuentemente, la casa nueva la estábamos a punto de estrenar… Unos proyectos más que ilusionantes aunque en muchos casos llenos también de incertidumbres.

Tras la larga espera, suena el zumbido y en la pantalla aparece mi número, C078. Nos dirigimos al mostrador del funcionario, que nos atiende amablemente a pesar de mi aspecto robótico por ir ataviado con la mascarilla de protección. Reme le cuenta un poco de mi historia más reciente, mientras que éste teclea los diferentes comandos para proceder a la renovación del documento.

Sin esperarlo, se enciende una pantalla de ordenador que apunta hacia nosotros, y de repente aparecen todos mis datos junto con una impactante imagen: mi foto del anterior DNI junto con la foto del nuevo. Tal que así, pegaditas, en la misma pantalla.

Muchos sentimientos encontrados se acumularon en mi corazón. ¡Dios! Los cambios físicos eran tan evidentes… La primera tentación fue obviamente pensar e incluso echarle la culpa a lo último vivido, la enfermedad, los malos momentos… Pero luego comencé a hacer un balance más sosegado de estos diez años: conservo una mujer maravillosa, que me ha dado otros dos hijos (Marta y Gabi). He sido tío y padrino de bautismo. En lo profesional, no sólo he conservado mi trabajo en una época de dura crisis, sino que además he disfrutado de unos años frenéticos, llenos de retos, donde una gran empresa como Ericsson fijó sus ojos en lo que estábamos haciendo. He viajado a los puntos más diversos del globo terráqueo. E incluso si nos ponemos puristas, a pesar de estar más delgado, ¡no estoy ni más calvo ni más canoso! 🙂

Pero el mayor hito de todos era estar. Poder poner una foto al lado de la anterior. Poder volver a apoyar los dedos en el tomahuellas. Y sonreir junto a mi mujer mientras el funcionario nos comentaba «muchos jubilados me dicen que será su último DNI, yo espero verle a usted en 2027». Estreché su mano y le tomé la palabra.

Así fue como ayer renové mi identidad. Una renovación que no es más que constatar lo afortunados que somos y que hemos sido, lo agradecidos que debemos estar, y lo ilusionante que es cualquier periodo futuro que se abre por delante, independientemente de las incertidumbres y el dolor que los acompañen. La clave no es llegar a la cita de 2027, sino emplear bien esos diez años dando el máximo.

Un abrazo a todos. Yo confío. ¡VAMOOOSSS!